He ido en busca de su casa (supongo
que museo) y me han dicho:
- Museo ya no hay.
-¿Qué se hizo? -interrogo con cierto
estupor.
-Preguntále a Daniel o a la Chayo que
es la que se llevó todas las chochadas.
-¿Y por qué desmantelaron el museo?
-insisto.
-A saber para qué vergas.
Llego a una casa donde hay varias
placas que indican la filiación familiar o la dignidad profesional o simplemente
el pundonor pueblerino. Pero me equivoco, porque sólo es una casa particular de
los Avendaño Sandino, que de algún modo muestran su otrora ilustre apellido.
Pregunto al vecino inmediato de los
Avendaño Sandino por la casa de Augusto C. Sandino. «Se llevaron las cosas que
tenía y están allá en Managua, cerca del malecón», me dice. Indago acerca de
homenajes a Sandino o actividades similares y el vecino niquinohomeño riposta:
«Daniel, en campaña, es el que viene a echarse chagüites». Muestro una
inconfundible cara de indignación, no por lo que dice del eterno candidato
presidencial del Frente Sandinista de Liberación Nacional, sino por el manoseo constante
de una figura como Sandino que debería dar luz y no servir de ungüento. Claro,
mi rostro compungido parece que le resulta incomprensible al vecino de
Niquinohomo.
Abordo a otro niquinohomeño y me
comenta, sin sobresaltos (hasta alegre y convencido), que el museo lo han
convertido en biblioteca «y ahora los chavalos hacen investigaciones y eso.» Me
parece una mejor respuesta. ¿Pero estará allí por lo menos el Pensamiento Vivo
de Sandino? Digo pues, para que no les den cuentos de camino real a las nuevas generaciones.
Pero eso lo sabré cuando llegue a la casa referida, que por fin he averiguado
que queda frente al parque.
Arremeto y vuelvo a preguntar a otro
vecino, pero ahora al costado sur del parque, si existe algún pariente directo
de Sandino en Niquinohomo «Es correcto, hombre, andáte cuatro cuadras derecho,
dos al lago y una abajo. Frente a donde se hacían nacatamales». Es una señora,
pero no sabe cómo se llama. Es hermana de Sandino, creo escucharle. Pero no me
parece que sea cierto eso. Hago cálculos mentales que le manifiesto a mi
improvisado interlocutor. Entonces corrige: es la hija. ¿Cuál?, quiero
interpelarle, pero el hombre me ataja y busca otra respuesta: sobrina. Al
constatar que estoy con el ceño fruncido, termina sin convicción con unas
palabras más etéreas aún: algo ha de ser, jodido.
Me entristece, en verdad, este
abandono de la persona que dio sentido profundo en Nicaragua a la palabra
dignidad hace más de sesenta y cinco años. Olvidar a Sandino es olvidar las raíces
de uno mismo.
Sigo todavía al costado sur del
parque, pero ahora hablo con un muchacho (no creo que tenga más de veinte años)
que se acerca muy atento a ver qué busco, y atisbo que se da cuenta que estoy tomando
apuntes y supone (supone bien) que pondré algo de lo que me diga. Me quejo con
él porque no veo rótulos que indiquen la ubicación exacta de la casa de Sandino
y agrego que es más visible la Primera Iglesia Evangélica de Niquinohomo-El Edén-Convención
Centroamericana. El muchacho de Niquinohomo -que no Sandino-, me dice con
entusiasmo que lo que sucede es que están rehabilitando la casa y que cuando
esté terminada traerán las cosas y volverá el museo y no sé cuantas linduras
más. No le creo.
Continúo buscando. Antes de colocarme
al costado occidental del parque pasa un hombre viejísimo arrastrando su cuerpo.
Va diciendo cosas, como para su alter ego. Se me ocurre pensar que a lo mejor
es Sandino que anda de incógnito, pero eso querría decir que Sandino no fue
asesinado por orden del primer Somoza en 1934.
Atrancas y barrancas pues, llego a la
que fue casa de Sandino. ¿Y cómo la vi? En ruinas: con unos cráteres bárbaros.
Si la están componiendo esa casa, casi la van a hacer nueva. Pero en la lipidia
que se encuentra Nicaragua ¿habrá dinero
para eso? Y en todo caso, ¿quién está patrocinando esta supuesta reconstrucción?
No me parece que sea punto de honor
tener o no un museo sobre Sandino. Pero si había uno, ¿por qué lo quitaron? Me
parece que la politiquería le dio y le dio al monigote y ahora sólo queda un
trapo en desuso.
No quiero irme de Niquinohomo sin explorar
un poco más. Abordo a dos mujeres que van caminando despreocupadas a media
calle. Una, la mayor, enchancletada y quizá de no más de treinta y seis años;
la otra, la menor, pero de unos veintitrés años, con una falda corta y suecos.
Morenas las dos. La enchancletada responde con agilidad a mis peguntas, que
giran entorno a la cantinela de por qué quitaron el museo y eso. La de falda corta
no habla y me parece que ni le importa lo que ando indagando, porque rápido se
nos despega para irse a platicar con un flaco peludo tatuado que está saboreando un Eskimo doble de ron con
pasas (helado de acá) al otro lado de la calle.
Reviso mis apuntes y evalúo que es suficiente.
Comienzo a salir. Pero un mensaje a un costado de la iglesia católica de
Niquinohomo me desconcierta: «Mirad que estoy a la puerta y llamo». a mí se me
antoja elucubrar que quizás es una frase enigmática de las que hacía Sandino.
Estoy ya en las afueras y cojo la carretera
que desemboca en Las Esquinas y va quedando a mis espaldas lo único visible que
hay de Sandino en Niquinohomo: un muñeco de metal de tamaño familiar.
¿Y Sandino?, me pegunto mientras
tanto.




